Vuelve a tu primer amor

¿Recuerdas cuando recién conociste a Cristo? 

Nada ni nadie podía cambiar el deseo de tu corazón de estar cerca de Él. No tenían que preguntarte ni tú misma tratar de convencerte de que el Salvador era tu primer amor, pues era más que evidente. 

 

Tus acciones y prioridades mostraban quién era Él para ti. Tu obediencia y fidelidad no estaban marcadas por deberes, sino deleites; la motivación de tu corazón era palpable. Cristo era tu más grande tesoro. Pero, ¿lo sigue siendo?

 

Muchos contrastan el primer amor de un creyente con la etapa de enamoramiento de una pareja cuando lo único que hacen es hablar el uno del otro, de sus cualidades, de todo aquello que los hace únicos y especiales. ¡Y quieren estar juntos todo el tiempo! 

También podemos contrastarlo con nuestras amistades más cercanas. Tan solo piensa en el día en el que conociste a tu mejor amiga y cómo ella era todo lo que habías soñado. Cómo querías hablar por teléfono con ella todo el tiempo y esperabas con ansias llamarle al instante de cada suceso porque querías que ella se enterara, simplemente porque ella era parte de tu vida. 

Sin embargo, sabemos que Cristo es mejor que cualquiera de los amores y las más profundas amistades que podamos tener. Solamente Su amor basta, solo Él es suficiente, y solo Él satisface. Él es el mayor de los tesoros y deleites. ¡Lo sabemos! Pero, ¿en realidad lo seguimos experimentando en carne propia? 

Al pasar de los años, nuestra relación con Cristo puede volverse rutinaria, fría y apática, de tal forma que estas verdades pueden ser afirmadas en nuestra mente, pero verse completamente ausentes en nuestra vida. 

Nunca deja de sorprenderme cuán frecuentemente encontramos la palabra «recuerda» en las Escrituras. 

 

Por cuarenta años, la iglesia de Éfeso había permanecido fiel al Señor y a Su Palabra en medio de las dificultades y la persecución. Y el Señor comienza reconociendo y elogiando sus fortalezas: su fatiga, su perseverancia, su discernimiento y repudio a aquellos que no eran apóstoles (sino mentirosos que no daban honra a Cristo), su sufrimiento y su decisión de hacer el bien incansablemente. 

Más bien habían prevalecido fieles en medio de todo esto. 

Aunque ellos cumplían con estas características (que, por cierto, no son poca cosa), la iglesia de Éfeso había abandonado su primer amor. Ese amor que había sido la motivación para todas aquellas fieles marcas distintivas ya no estaba presente. Y el Señor, que es un Dios celoso, estaba al tanto de eso. 

De igual manera en nuestras vidas, cuando nuestro primer amor está ausente, Él lo sabe. No importa cuánto tratemos de aparentar delante de otros, el Señor es quien en realidad lo ve y lo conoce todo, porque «no hay cosa creada oculta a Su vista, sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Hebreos 4:13).

«Recuerda por tanto, de dónde has caído y arrepiéntete, y haz las obras que hiciste al principio…» (Ap. 2:5a). El Señor manda a la iglesia primero a recordar de dónde ha caído. Segundo, a arrepentirse. Y tercero, a hacer las obras que acompañaron su fe al principio. 

Lo contrario a recordar es olvidar, y tristemente es algo que no nos resulta muy difícil. De hecho, la mayoría de las veces la puerta para la caída o decadencia espiritual es resultado de olvidar la gracia del Señor y al Dios de la gracia. Olvidar Sus misericordias de cada mañana y olvidar Su fidelidad (Lamentaciones 3:22-23). Olvidar de dónde nos ha rescatado el Salvador y el precio pagado por nuestro rescate en la cruz. Cuando olvidamos, damos por sentado y menospreciamos las riquezas de la gracia del Salvador.

Por lo tanto, el Señor nos manda a recordar,  pero, ¿qué es lo que debemos recordar? Recordarlo a Él en Su amor y gracia rescatándonos de nuestro pecado, redimiéndonos y trayéndonos a Él. Y, ¿cómo hacemos esto? Viviendo mirando a la cruz cada día, y al Salvador que murió ahí por nosotros. 

Así que, amada, te animo a dedicar un tiempo donde puedas estar a solas con Jesús y recordar cómo era tu vida antes de conocerle. Haz una lista de la gracia de Dios a través del tiempo para traerte a Él, tu mayor bien. Dedica un tiempo a agradecer al Señor por Sus bondades en tu vida, y Su obra de salvación y santificación. 

También te animo a leer los siguientes pasajes y meditar en la gracia del Señor a través de ellos: Salmos 107; Isaías 1; Jeremías 2; Apocalipsis 2:2-5; estos textos nos ayudan a recordar nuestro pecado. 

Y por último, te animo a compartir con otros lo que el Señor ha hecho y está haciendo en ti para traerte a Él. ¡No dejes de compartir y preguntar a otros qué es lo que el Señor está haciendo en sus corazones también!